El secreto de las semillas
Armamos dos germinadores en la cocina de casa, mis hijos me ayudaron recolectando granos, frascos, algodones y papel secante. Un poco porque tenían ganas y otro tanto porque les contagié la nostalgia de mi infancia, quise heredarles la curiosidad de presenciar el momento único en el que una semilla de calabaza decide partirse echando raíz y mostrando una hoja.
Dos frascos con 13 semillas. Mi hija decidió no regar uno de los frascos, entonces, algunas de las semillas se secaron y las que habían recibido las primeras gotas decidieron llenarse de hongos (¿vida al fin?). Al otro lo cuidaron con mucho amor, agua, incluso música. Solo crecieron 4 de las 5 semillas.
Nuestro experimento fue una danza de entrega, genética, nutrición, aquella chispa y nuestra emoción mirando a través de un vidrio.
Me asombra el estallido de vida pero también resultan mágicas esas semillas que, a pesar de todo, deciden no florecer. A veces pienso ¿quién se animaría a plantar sin preparar el terreno?, de la misma manera que descubro mi ingenuidad al creer que cuidar la semilla garantiza el brote.
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